Muchos de ellos eran forzados por los altos mandos de la
Armada Imperial Japonesa a cumplir estas misiones suicidas.
Se arrojaban con
sus naves contra las embarcaciones de la flota de los Aliados a finales de la
Segunda Guerra Mundial.
En la sociedad japonesa, la orden de un superior es
una norma irrefutable, por lo que muchos soldados eran convertidos en fanáticos
capaces de aceptar voluntariamente su propia muerte; además, en estas misiones
nunca participaban altos mandos o pilotos de ascendencia importante.